viernes, 16 de septiembre de 2011

NOTAS DE PSICOLOGÍA CATÓLICA (VII) LOS SENTIDOS INTERNOS


VII. LOS SENTIDOS INTERNOS

(cf. S.Th., I, 78, 4)

     Los sentidos internos tienen por objeto estados interiores o de conciencia. Poseemos cuatro: sentido común, fantasía, memoria y cogitativa (S.Th., I, 78, 4). Los dos primeros se denominan sentidos formales porque captan sólo formas, y los dos últimos sentidos intencionales, porque captan “intenciones” es decir, “relaciones”.

1. El sentido común


     (i) Es llamado sentido o sensorio común por ser la raíz y el principio de los sentidos externos (cf. S.Th., I, 78, 4 ad 1). No hay que confundir esta expresión (sentido común) con la de “buen sentido” o capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso; tampoco indica su nombre que tenga por objeto lo que hemos llamado antes “sensibles comunes”.

     (ii) Este sentido realiza fundamentalmente dos acciones claves: relaciona y compara distintas sensaciones y, por otro lado, otorga una especie de conciencia sensible (nos hace saber que sentimos). Como ninguno de los sentidos particulares realiza esto, es necesario postular una potencia interior que lo haga, puesto que estas acciones todos las experimentamos.

     (iii) Ante todo, “capta los objetos de cada uno de los sentidos externos, los discierne y aúna en una formalidad superior; conoce y discierne las distintas sensaciones o actos de ver, oír, oler, gustar, palpar, con que el hombre se relaciona con las cosas múltiplemente sensibles. Es, en una palabra, el sentido del discernimiento y de la unión del mundo de las sensaciones (V. Rodríguez). De hecho habitualmente “distinguimos y unimos cualidades sensibles diferentes, de orden diferente, como un color y un sabor. Por ejemplo, ante un terrón de azúcar, distinguimos el blanco de lo azucarado y lo referimos al mismo objeto. Mas, para comparar, hay que probar a la vez los dos términos. Pero esto ningún sentido particular puede hacerlo: la vista distingue el blanco y el rojo, porque son dos colores, pero no lo blanco y lo dulce, porque ella no experimenta lo dulce; igualmente, el gusto distingue lo dulce y lo salado, pero no lo dulce y lo blanco, porque no percibe los colores. Por consiguiente, hay que admitir en el hombre una función única que experimenta las diversas sensaciones y las compara. A esta función la llamamos «sentido común»“ (R. Verneaux).

     (iv) En segundo lugar nos hace conocer nuestras propias sensaciones. No solo sentimos el objeto (oímos una trompeta), sino que sabemos que sentimos (sabemos que estamos oyendo una trompeta). Pero esto  no lo hace el mismo sentido externo que no es reflexivo por ser puramente orgánico; el oído oye el sonido pero no se oye a sí mismo ni su audición. Dice Santo Tomás: “ningún sentido se conoce a sí mismo ni su operación. La vista no se ve a sí misma, ni ve que ella ve” (Contra Gentiles, II, 65).
     De todos modos, no se trata de una facultad reflexiva, porque no retorna sobre sí mismo. Es de orden sensible porque su objeto es un acto y un contenido concreto, pero se encuentra en un nivel superior al de los sentidos externos, en cuanto los tiene a todos (co)presentes y es como su raíz y principio (de él emanan los sentidos externos y en él terminan los actos de aquellos).

  (v) El sentido común depende, pues, normalmente, de los sentidos externos, pero a veces puede actuar en ausencia de estímulo exterior presente, como en algún momento del sueño, en conexión con la imaginación que también está desvinculada del estímulo exterior presente, como puede verse en este interesante texto de Santo Tomás referido al sueño:

“Los sentidos pierden su actividad en quienes duermen debido a ciertas emanaciones y vaporizaciones, como se dice en el libro De Somn. et Vigil. El mayor o menor embotamiento de los sentidos depende de la disposición de estas evaporaciones. Cuando su movimiento es grande, no solamente se paralizan los sentidos, sino también la imaginación, hasta el punto que no se ofrece ninguna imagen, como ocurre sobre todo al dormirse después de haber comido y bebido demasiado. Si el movimiento de los vapores es algo menor, se ofrecen imágenes, pero desfiguradas y desordenadas, como les ocurre a los que tienen fiebre. Si dicho movimiento aún es más lento, las imágenes se ofrecen ordenadas, como sucede sobre todo al acabar el sueño y en aquellos hombres sobrios y dotados de una potente imaginación. Si el movimiento de los vapores es mínimo, no sólo queda libre la imaginación, sino también y en parte el sentido común, de tal manera que, incluso durmiendo, a veces el hombre juzga que lo que ve es un sueño como si distinguiera entre realidad e imagen. Sin embargo, el sentido común permanece atado en parte. Por eso, aunque distinga la realidad de ciertas imágenes, con otras se engaña siempre. Así, pues, en la medida en que el sentido y la imaginación se van recobrando paulatinamente durante el sueño, también el entendimiento recobra el juicio, aunque no totalmente. Por eso, los que durmiendo razonan, siempre reconocen que se equivocaron en algo” (S.Th., I, 84, 8 ad 2).

       (vi) El sentido común, al igual que los sentidos externos, no es educable en el sentido de seamos capaces de adquirir algún hábito operativo, porque no es sujeto de actos voluntarios. Pero sí es sujeto de hábitos entitativos, como también los sentidos externos) es decir, de disponerlos mejor o peor (bien constituidos, sanos, enfermos, etc.). Así la vista de un pintor o de un marinero está mejor dispuesta (por sus respectivos ejercicios continuos) que la de un preso que no mira más allá de los muros de su celda; lo mismo sucede al músico. Con el sentido común sucede algo análogo, y puede estar mejor dispuesto en las personas observadores y atentas al mundo de sus impresiones sensoriales (pueden llegar a tener, por ejemplo, una mayor conciencia sensitiva de sus propios actos).

2. La imaginación o fantasía


     (i) La imaginación es el sentido interno que tiene por objeto la imagen o fantasma sensible. Tiene como función el representar el mundo real o crear mundos fantásticos. Es una función de conocimiento porque se representa objetos, y es sensible porque su objeto es concreto.
    Se distingue de la sensación en que su objeto es irreal; no es una presentación sino la representación de un objeto en ausencia de este.
     El órgano de la imaginación está en el cerebro, al igual que los otros sentidos internos, aunque con distinta localización (cf. De veritate 18,8; II Sent., 20, 2 2).

      (ii) “La primera función de la imaginación es conservar las impresiones de la sensibilidad periférica, a fin de poder servirse luego de ellas. Retiene y conserva; atesora las impresiones de los sentidos externos y del sentido común (…) En esto difiere (…) de los sentidos externos que no quedan impresionados por sus actos y objetos. Precisamente por eso en ellos no pueden darse hábitos psicológicos” (V. Rodríguez).
     Esta facultad es necesaria al animal, como explica Santo Tomás: “Hay que tener presente que para la vida del animal perfecto se precisa no solamente que perciba la realidad presente sensible, sino también la ausente. De no ser así, como quiera que el movimiento y la acción del animal siguen a una percepción, el animal no se movería para buscar lo ausente, lo que es contrario a cuanto observamos, de modo especial en los animales superiores, de movimiento progresivo, que se mueven para conseguir lo ausente que ya han percibido. Por lo tanto, es necesario que el animal, por medio del alma sensitiva, reciba no sólo las especies de los objetos sensibles cuando están presentes, sino que las retenga y las conserve. Pero recibir y conservar en los seres corporales es algo que se atribuye a principios distintos... Por lo tanto, como la potencia sensitiva es acto de un órgano corporal, es necesario que sean distintas la potencia que recibe las imágenes sensibles y la que las conserva (...) A la recepción de las formas sensibles se ordena el sentido propio y el común… y a su retención y conservación la fantasía o imaginación, que son lo mismo, pues la fantasía o imaginación es como un tesoro de las formas recibidas por los sentidos” (S.Th, 78, 1).
    Al decir que actúa en ausencia del estímulo sensorial, no queremos decir que no pueda actuar a la vez que los sentidos externos, sino que puede hacerlo.

    “Los animales superiores, pues, conservan la imagen de los sentidos porque necesitan de ella en su comportamiento posterior. La conservación es para la evocación o reproducción imaginaria, que no es otra cosa que el paso de una imagen grabada en la imaginación del estado habitual o latente o latencia inconsciente al estado actual de consciencia”  (V. Rodríguez). Esta función evocadora, también la ejerce la memoria bajo otro aspecto (el de imagen de lo que antes oímos o entendimos).

     “Cualquier imagen, motora o no, puede reaparecer en la conciencia sin ser conscientemente llamada obedeciendo a estímulos psicobiológicos conforme a las leyes de la asociación espontánea, sin control de la razón (…) Pero también puede el hombre evocar libremente estos contenidos e imaginárselos de nuevo” (V. Rodríguez).

    (iii) La segunda función es la de ser creadora. Esa es la función más notoria, y por ella recibe el nombre de fantasía. Se realiza modificando las imágenes. De todos modos tiene sus límites:
      El primer límite es el de origen: nace y se nutre de la sensación externa; por eso el ciego de nacimiento jamás podrá imaginarse los colores; es una reproducción semejante a la sensación.
   El segundo es el término: no puede ir más allá de lo sensible, trascendiendo a formas superiores de conocimiento; por más vueltas que dé a sus contenidos, nunca pasará de imaginar colores, sonidos, olores, figuras, etc. Escribe San Juan de la Cruz: “La razón de esto es porque la imaginación no puede fabricar ni imaginar cosas algunas fuera de las que con los sentidos exteriores ha experimentado, es a saber: visto con los ojos, oído con los oídos, etc.; o, cuando mucho, componer semejanzas de estas cosas vistas u oídas y sentidas, que no suben a mayor entidad, ni a tanta, (como) aquellas que recibió por los sentidos dichos. Porque, aunque imagine palacios de perlas y montes de oro, (porque ha visto oro y perlas en la verdad, menos es todo aquello que la esencia de un poco de oro) o de una perla, aunque en la imaginación sea más en cantidad y compostura. Y por cuanto todas las cosas criadas, como ya está dicho, no pueden tener alguna proporción con el ser de Dios, de ahí se sigue que todo lo que imaginare a semejanza de ellas no puede servir de medio próximo para la unión con Él, antes, como decimos, mucho menos” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, II, 12, 4).
       El tercero viene de la razón: si la imaginación es creadora, es por brotar de la naturaleza racional; por eso no hay indicios de que se dé en los animales; y la razón al controlarla y dirigirla limita su espontaneidad.

       (iv) La imaginación y el sueño. Una de las manifestaciones más notables de la imaginación creadora es el sueño, “no porque actúe más que en la vigilia, llevada por el entendimiento (en el arte, en el discurso y en los mil juegos de presentaciones combinadas del quehacer mental), sino porque en el sueño su despliegue es más simple, más específico. Al cesar el ejercicio sensorial y el control de la mente, la imaginación reproduce y crea con mayor autonomía y exclusividad” (V. Rodríguez).

      (v) El objeto de la imaginación es la “imagen” sensible, o fantasma o imaginario. Mientras los sentidos externos son infecundos, la imaginación es conceptiva de imágenes-fantasma. Es una especie inmaterial (aunque sensible). Es una intentio (intención) o especie inmaterial, condicionada por las notas del individuo material. Se distingue de lo sensible que alcanzan los sentidos externos y el sentido común en “el desprendimiento de estas condiciones de la materia. El objeto de la imaginación está más aliviado del peso de la cantidad y límites espacio-temporales del hic et nunc (aquí y ahora). Con razón se atribuyen alas a la fantasía”. El acto imaginativo supera las condiciones de la material porque: 1º no recae inmediatamente sobre las cosas sino sobre la imagen de ellas; 2º con abstracción de que estén presentes o no aquí y ahora; 3º con abstracción de la cantidad física, quedándose con la cantidad matemática, continua o discreta; 4º con abstracción de la realidad física del movimiento y del tiempo.
       Lo imaginable son los accidentes de la sustancia corpórea; el mundo de los “sensibles per accidens”, de las intenciones no sentidas, de la esencia de las cosas y de lo espiritual, es extraño a la imaginación.

     (vi) La facultad imaginativa es psico-física, orgánica. De ahí que su evolución, ejercicio y habituación estén condicionados por factores psico-biológicos tanto de orden constitucional como de orden funcional (lesiones físicas, nerviosas, cerebrales…). Asimismo, el ejercicio imaginativo, especialmente cuando es muy intenso, tiene que tener reflejos físico-biológicos en los centros más vinculados a su propio órgano, además de las alteraciones propias de la emoción en dependencia de la imaginación.

       (vii) Ilusión y alucinación. Explica Verneaux que la ilusión es una imagen evocada por una sensación presente, pero más viva y precisa que ella, de tal modo que creemos ver lo que en realidad solo imaginamos. Nos sucede, por ejemplo, que al leer tomamos una palabra por otra, creyendo que estamos leyendo lo que en realidad estamos imaginando.
     En cambio, la alucinación es una imagen viva y precisa sin objeto correspondiente. De todos modos, sigue diciendo el mismo autor, también esta imagen alucinatoria, es evocada con ocasión de una sensación, por lo que entre ilusión y alucinación solo media una diferencia de grado: la base sensible de la alucinación es menor que en la ilusión.

     (viii) Hay individuos que son más imaginativos que otros, es lo que determina lo que se denomina el “tipo imaginativo”. Se dice, en términos generales, que la mujer es más imaginativa que el varón, y que los jóvenes lo son más que los hombres maduros. El hecho concreto es que la persona muy imaginativa es más apta para las disciplinas que se basan en la imaginación (por ejemplo, las matemáticas) que para las que exigen una mayor abstracción (la metafísica).

3. La memoria


      (i) La memoria es la facultad de recordar el pasado en cuanto pasado. No es la conservación de imágenes en sentido general sino el reconocimiento de una imagen en cuanto referida al pasado. Es una relación de un fenómeno presente (puede ser una imagen) al pasado. Se trata de lo que hemos llamado una intentio insensata, un contenido que no ha sido captado de modo directo por los sentidos.

     (ii) La memoria supone, pues, además de una imagen presente, cierta percepción, o una apreciación del tiempo. “Santo Tomás dice, con Avicena, que es el thesaurus (tesoro) de las imágenes y apreciaciones de la cogitativa, es decir, de aquel mundo sensible que se escapa a los sentidos externos, pero que la cogitativa detecta maravillosamente. Objeto de esta actividad interior son no solamente el aspecto de conveniencia o disconveniencia para el sujeto de las demás sensaciones y cosas percibidas, las relaciones de causalidad y efectividad de las cosas, etc., sino también el aspecto temporal de pasado de las cosas, de las sensaciones y emociones experimentadas. Ningún sentido externo percibe este aspecto temporal de las cosas: el ojo ve colores; el tacto siente presiones, frío, dolor, etc.,; no se ve, ni se oye, ni se palpa… la temporalidad de las cosas o de las acciones, hablando con propiedad. Esto lo descubre la cogitativa a través de las demás sensaciones (…) La memoria es el depósito sensorial alimentado inmediatamente por la estimativa o cogitativa y, mediatamente, también por los demás sentidos, cuyas imágenes o impresiones conserva bajo el aspecto temporal de pasadas captado por la cogitativa: como habidas anteriormente. La función de la memoria no es, por tanto, una función original en la vida psíquica. Presupone la actividad de los demás sentidos. Es el centro más recóndito donde terminan por depositarse las impresiones venidas del mundo sensible, adquiriendo allí un estado de latencia de un valor extraordinario para la vida psíquica del individuo” (V. Rodríguez).

      (iii) Objeto de la memoria son todas las imágenes de los demás sentidos (externos, sentido común e imaginación) bajo el aspecto de pasadas, es decir, de habidas anteriormente, con mayor o menor determinación del tiempo transcurrido; la actividad e imágenes de la cogitativa; las emociones anteriormente experimentadas con sus motivos; la misma actividad de la memoria (me acuerdo que me acordé de…); también la actividad intelectual anterior por su conexión necesaria con los fantasmas sensibles.

      (iv) Tiene, por tanto, una primera función negativa: el “olvidar” o dejar en estado de latencia todas las impresiones recibidas; reducir al silencio todo el cúmulo de imágenes visuales, auditivas… en que se desarrolla nuestra vida psíquica. No soportaríamos la permanencia actual y viva de todas las imágenes recibidas durante nuestra vida; sería como vivir sumergidos en ruidos, luces, imágenes de todo tipo… Tenemos, pues la fortuna de dejar en estado de conservación pero sin estar en acto todas esas imágenes.

      (v) Y, en segundo lugar, la memoria tiene la función positiva de conservar y evocar esas imágenes. Se distingue de la fantasía en que esta conserva las imágenes recibidas del mundo exterior sin nota de temporalidad (por eso se dice más propiamente que re-presenta esas imágenes); la memoria las conserva bajo el aspecto temporal de pasadas (de ahí que digamos como más propiedad que evoca o recuerda; recordar es más que imaginar).
   Hay dos modos de recordar. Uno es espontáneo y otro dirigido racionalmente. En el modo espontáneo el engrama memorativo se va haciendo presente a la conciencia espontánea, debido a asociaciones casuales o a exigencias vitales afectivo-motoras; así se da en los animales. En el hombre se da, además, de modo racional, con búsqueda de los recuerdos; por este motivo esta actividad recibe el nombre de reminiscencia.

       (vi) La memoria puede estar afectada de diversas anomalías patológicas. Principalmente: amnesias (falta de memoria) que puede ser total o parcial; hipermnesia (evocación excesiva o perturbadora), también parcial o total; paramnesia (o inexactitud en el recuerdo) que puede ser confusión de recuerdo con lo que no lo es (ilusión de haber visto u oído o delirio de creer que se ve lo recordado), paramnesia reduplicadora (cuando se toma un recuerdo por muchos) o falseamientos de las cualidades de la cosa recordada.

     (vii) Pero la memoria también puede ser educada porque admite ser dirigida por la razón. Esta educación tiene un valor enorme en el orden del conocimiento y de la experiencia; también en orden a la virtud (la historia es maestra de vida y de virtud).

       (viii) En psicoterapia ocupa un lugar muy importante el trabajo sobre la memoria de los recuerdos dolorosos y traumatizantes de la vida. Este trabajo sobre la memoria no consiste en cancelar dichos recuerdos, lo que no está al alcance de ninguna persona, ni menos aún en reprimir esos recuerdos, sino en encontrarles un nuevo sentido a la luz de los grandes valores de la vida, y, sobre todo, a la luz de la Providencia divina. Es el trabajo de la “curación de los recuerdos” que se hace en la “terapia del perdón”, fundamental en numerosos problemas afectivos (cf. M. Fuentes, El camino del perdón, San Rafael, 2008).

4. La cogitativa


   (i) La cogitativa es un sentido interno que constituye el eje de entrecruzamiento entre lo sensible y lo pasional y lo espiritual, entre la sensación y el afecto. “Es el puente coordinador de la gran diversidad que constituye al hombre: animalidad y espiritualidad, en su aspecto dinámico y funcional” (V. Rodríguez).
       Se denomina estimativa en el animal y cogitativa en el hombre (por su relación estrechísima con la razón de la cual es propio el razonar = cogitare).

      (ii) Es una función de conocimiento: su objeto es la utilidad o la nocividad de las cosas percibidas. Pero la “utilidad” no es una cualidad sensible, sino una relación que no puede ser percibida por ningún sentido (por eso santo Tomas la llama intentio insensata = cualidad, noción, relación, no percibida por los sentidos). La cogitativa/estimativa no solo percibe un objeto sino otra cosa que no está dada de forma explícita en ese objeto: el efecto, la acción futura de la cosa percibida (que ese lobo me puede comer); se dirige al futuro imaginado, aunque se lo imagine confusamente.
        Tenemos que admitir esta facultad, distinta de los sentidos externos y de la imaginación porque observamos que el animal busca o huye de ciertas cosas no porque sean buenas o malas de sentir (amargas al gusto o punzantes al tacto) sino porque son útiles o nocivas, lo cual no es percibido por esos sentidos; la oveja huye del lobo no porque le desagrade su color sino porque tiene el “presentimiento” de su malignidad, y el pájaro elije tal trozo de paja para su nido no porque le resulte agradable a la vista sino porque “percibe” que puede servirle sólidamente para su nido.
      Como vemos, la cogitativa/estimativa se aproxima a la inteligencia hasta cierto punto. Obra un principio de abstracción al captar una relación; pero esta relación siempre es algo concreto, no universal: solo es una relación de la utilidad de este elemento concreto para tal cosa concreta (la nocividad de este animal para su propia salud).


   (iii) Los antiguos llamaron a este sentido “razón particular” y “entendimiento pasivo”. Se ha especulado mucho sobre su ubicación cerebral; muchos señalan por lo menos la estrecha relación entre los lóbulos frontales y las funciones asignadas a la cogitativa.

         (iv) En el orden del conocimiento la cogitativa tiene la función clave de permitir que nuestro entendimiento, que tiene por objeto los conceptos universales, pueda conocer y descender a lo concreto y singular. Este texto de Santo Tomás es a la vez claro y preciso:

“Nuestra alma no conoce directamente el singular; directamente lo conocemos mediante las potencias sensitivas, que reciben las formas de las cosas en un órgano corpóreo, y así las reciben con determinadas dimensiones, capaces de conducir al conocimiento de la materia singular. Sin embargo la mente se inmiscuye en los singulares per accidens, en cuanto tiene cierta continuación en las potencias sensitivas, que versan sobre los singulares. Tal continuación se verifica de dos modos.
Primero, en cuanto que el movimiento de la parte sensitiva termina en la mente, como ocurre en el movimiento que va desde las cosas hasta el alma. Y así la mente conoce el singular por cierta reflexión, siguiendo este proceso: al conocer su objeto que es alguna naturaleza universal, vuelve sobre el conocimiento de su propio acto y ulteriormente sobre la especie que es principio de su acto; luego sobre el fantasma, del que se originó la especie; y así logra algún conocimiento del singular.
Segundo, cuando el movimiento, que va del alma hacia las cosas, empieza en la mente y pasa a la parte sensitiva, en cuanto la mente rige las facultades inferiores. Y así penetra en los singulares mediante la razón particular, que es cierta potencia de lo individual, con otro nombre cogitativa, que tiene determinado órgano en el cuerpo, a saber, la «cellula» del medio de la cabeza [este es el lugar en que los medievales pensaban que estaba el órgano de la cogitativa].
No es posible aplicar el juicio universal, que la mente tiene sobre lo operable, al acto particular, sino por medio de una potencia intermedia que aprehenda el singular, formándose un cierto silogismo, cuya mayor es universal, que es el juicio de la mente; la menor es singular, que es aplicación de la razón particular; y la conclusión es la elección de la obra singular” (Santo Tomás, De veritate, 10,5).

    (v) El primero modo indicado en el texto explica cómo conoce el entendimiento los singulares. “El entendimiento conoce de modo directo la naturaleza específica de las cosas; al singular en cambio llega por cierta reflexión volviendo sobre los fantasmas, de los cuales han sido abstraídas las especies inteligibles” (Santo Tomás, III De anima, lec. 8, n. 713). La idea o concepto es abstraída por el intelecto agente a partir de la especie o fantasma de la cogitativa; también es la cogitativa la que permite al entendimiento alcanzar el singular (la cosa concreta).
      El acto de la cogitativa es “comparar, componer y dividir” las intenciones individuales o concretas como la razón intelectiva lo hace con las universales (S.Th., I, 78, 4, 5 y ad 5). Esto equivale a formar juicios afirmativos y negativos. La cogitativa “tiene juicio de los singulares” (Santo Tomás, Comentario a la Ética, libro VI, lec. 9, n. 1255). Este juicio se denomina “experimentum” (experiencia), que es algo intermedio entre la memoria sensitiva y la intelección: “de la sensación se origina la memoria en aquellos animales en que perdura la impresión sensible… La memoria muchas veces repetida sobre una misma cosa, pero en diversos singulares, produce el experimento, pues experimento no parece ser otra cosa que tomar algo de las muchas cosas retenidas en la memoria. Sin embargo, el experimento no se logra sin cierto razonamiento sobre los singulares, comparando uno con otro, lo cual es propio de la razón. Por ejemplo, cuando uno recuerda que tal hierba repetidas veces curó a muchos de la fiebre, se dice que hay experimento de que tal hierba tiene eficacia contra la fiebre. Más la razón no se detiene en el experimento de las cosas singulares, sino que de los particulares, sobre los que se ha experimentado, toma lo común, lo cual se consolida en el alma y lo considera a él sin considerar a ninguno de los singulares. Y esto común es lo que toma como principio del arte y de la ciencia. Por ejemplo, una vez que el médico consideró que esta hierba curó a Sócrates de la fiebre, y a Platón, y a muchos otros hombres en concreto, tiene el experimento; pero cuando su consideración llega a generalizar que tal especie de hierbas cura la fiebre sin más, esto ya se toma como cierta regla de arte médica” (Santo Tomás, In II Post. Analyt., lec. 20, n.11).

     (vi) El segundo modo indicado en el texto hace referencia al papel que juega la cogitativa en los juicios de la prudencia. Ella es la que da la premisa menor en el silogismo prudencial. En los actos de nuestra prudencia, nosotros, aunque de modo inconsciente, procedemos al modo de un silogismo; por ejemplo: “No hay que robar” (premisa mayor); “Esto que me están proponiendo es un robo” (premisa menor); “Por tanto, no debo aceptar esto que me están proponiendo” (conclusión). La proposición o premisa mayor es un principio universal del entendimiento (sea de la sindéresis o hábito de los principios universales morales, o de la ciencia moral o de la moral vulgar que todos tenemos); la menor, en cambio, es una percepción de la cogitativa, porque ella es la que capta los singulares (“este acto concreto” es un robo). Cuando falla la cogitativa, una persona puede tener buenos principios pero no sabe nunca aplicarlos en concreto. Explica Santo Tomás: “Hay una razón práctica universal y otra particular. La universal es la que dice, por ejemplo, que tal debe hacer tal cosa, como que el hijo honre a sus padres. La particular es la que dice que esto es tal y yo tal (yo soy hijo y debo dar ahora este honor al padre). Este juicio es el que mueve, no aquel otro universal. O, si mueven los dos, el universal mueve como causa primera e inmóvil, pero el particular mueve como causa próxima y aplicada en cierto modo al movimiento. Y es porque las operaciones y los movimientos se dan en lo particular. Por eso, para que se dé el movimiento, es necesario aplicar el juicio universal a lo particular” (Santo Tomás, III De anima, lect. 16, nn. 845-846).

    (vii) La cogitativa es también la facultad que ejerce influencia objetiva inmediata sobre el apetito sensitivo, provocando de modo inmediato los movimientos pasionales, pues ella es la que capta la nocividad o conveniencia de tal o cual objeto que es alcanzado por los sentidos externos (vista, tacto, gusto…) o internos (imaginación), y, por tanto, provoca la reacción de inclinarse hacia ellos para alcanzarlos, o huir de ellos, para evitarlos, con las consiguientes alteraciones físicas que nos vuelven aptos para tales movimientos (alteración en la presión sanguínea, cambios de color, palpitaciones…). Por tanto, la cogitativa es la facultad que provoca de modo inmediato el movimiento pasional; las demás facultades (sentidos externos o imaginación) lo hacen pero a través de ella.

    (viii) Finalmente, la cogitativa colabora subsidiariamente en los actos volitivos. La voluntad puede amar, apetecer, gozarse, etc., en las cosas sensibles en cuanto estas son realización del bien universal (amamos nuestro cuerpo, nuestra vida…). La voluntad tienen al bien en toda su universalidad, pero realizado en los singulares donde tiene existencia. Pero el bien que entrañan las cosas sensibles no afecta a la voluntad sino a través de la cogitativa que es la que valora de modo práctico el singular en concreto. La voluntad necesita siempre, y en cada uno de sus movimientos afectivos, una representación intelectual del bien: en universal o abstracta y, preferentemente, particular y en concreto; y el entendimiento no alcanza el singular sin la colaboración subsidiaria de la cogitativa.

      (ix) A la cogitativa se atribuye también una actividad simbolizadora. Ella se expresa mediante símbolos, es decir, determinadas imágenes que son cargadas de un contenido afectivo. Precisamente el experimento, que es actividad propia de la cogitativa, consiste en un proceso inductivo por el que de la reiteración de situaciones semejantes se saca una “experiencia”, es decir, una realidad determinada pasa a tener un “significado”, una “enseñanza” una “lección”, para la persona que la experimenta. Esto no es otra cosa que cargar una determinada imagen de “intentiones insensatae”, de relaciones y valores que la cogitativa percibe como contenido propio y que serán conservadas en la memoria. A menudo estas imágenes simbólicas se asocian a otras por leyes diversas, formándose así un acervo de símbolos que conforman las experiencias gozosas y tristes de cada persona. Estos símbolos, si se han formado a partir de experiencias traumáticas, pueden distorsionar la realidad y dar pie (puesto que la cogitativa elabora los fantasmas a partir de los cuales el entendimiento forja los conceptos) a ideas equívocas sobre ciertas realidades (como vemos en las personas que, abusadas de pequeños, se forman una idea equívoca de la sexualidad o del amor).
     La psicoterapia simbólica parte de esta constatación para intentar acceder a la actividad de la cogitativa y corregir el contenido distorsivo de los símbolos más esenciales para una persona con determinados problemas afectivos: si la cogitativa interviene en la formación de los símbolos, al modificar estos por medio de una psicoterapia adecuada (que es lo que pretende hacer la psicoterapia simbólica), se actúa sobre la cogitativa y por su medio en la vida psíquica de la persona y en su conducta (cf. Ennis, María Ana, Psicoterapia simbólica. Fundamentación y metodología, Buenos Aires (1981); especialmente, cap. IV, 91-110, “Los símbolos”, escrito por la prof. María Armelín de Taussig).

     (x) Los sentidos internos superiores (cogitativa, memoria y fantasía) puede ser educados hasta cierto punto, en la medida en que podemos ejercer una actividad voluntaria sobre los mismos. Así puede pensarse en un trabajo correctivo de la cogitativa a través, por ejemplo, de una terapia como la simbólica. La imaginación puede ser controlada de modo indirecto a través del entrenamiento para controlar la atención obsesionada como propone, por ejemplo, Irala (Cf. Irala, N., Eficiencia sin fatiga, cap. I-III). También pueden educarse estos sentidos a través de la educación artística y del gusto por la belleza y, sobre todo, a través de las experiencias de una afectividad ordenada (como se reeduca a ciertas personas traumatizadas por medio del verdadero cariño y la auténtica compasión, ayudándole a vivir experiencias sanas en lugar de las que amargaron su pasado. En la literatura, especialmente Charles Dickens se ha tomado el trabajo de describir en diversas historias el valor reeducativo que puede tener para un niño o un adolescente que ha sufrido experiencias traumatizantes la acogida de parte de una familia sana y cariñosa; por ejemplo, en “Oliver Twist”, “David Copperfield”…).



BIBLIOGRAFÍA: Rodríguez, Victorino, Los sentidos internos, Barcelona (1993); Velasco Suárez, Carlos, La actividad imaginativa en psicoterapia, Buenos Aires (1974); Fabro, Cornelio, Percezione e Pensiero, Segni (2008), 153-190; Verneaux, Roger, Filosofía del hombre, Barcelona (1975), 65-75.

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