II. LA RELACIÓN ALMA Y CUERPO
Vamos a presentar ahora las tesis que se refieren a la relación entre el alma y el cuerpo. ¿Cómo se relacionan estas dos realidades contrapuestas (materia y espíritu) y que parecen pertenecer ambas a la misma categoría de sustancia?
1. La unión del alma y el cuerpo es substancial [1]
(i) Se llama substancial una unión de elementos tal que resulta de ellos una sola substancia. La unión substancial se opone a la unión accidental, en la que los elementos permanecen extraños y sólo están aglomerados. Así se distingue en química una síntesis y una mezcla de cuerpos diversos (aunque) en la síntesis [química] los elementos son substancias que pierden su naturaleza y sus propiedades para constituir una nueva substancia dotada de propiedades completamente distintas, mientras que el hombre no es una substancia constituida por la síntesis de dos substancias preexistentes, y sus elementos permanecen ontológicamente distintos: el alma no es el cuerpo. No obstante, según la tesis aristotélica, el alma y el cuerpo están unidos substancialmente.
Esta tesis está sostenida contra Platón, quien, heredero del pitagorismo, consideraba el alma como un puro espíritu, caído en un cuerpo como en una prisión como consecuencia de una falta. La idea vuelve a encontrarse en Descartes, que define el cuerpo y el alma como dos substancias heterogéneas. Dice que la unión es substancial, que el alma no está en el cuerpo, como un piloto en su nave. Pero sus definiciones de base hacen incomprensible la unidad del hombre, de modο que sus discípulos no han podido salir de dificultades más que abandonando la una o la otra de sus aserciones.
Ahora bien, que el hombre sea uno, es un hecho que debe ser aceptado como tal por el filósofo y situado por encima de toda discusión, o lo que es lo mismo, debe tomarse como base de toda teorfa metafísica.
(ii) Tres experiencias convergentes pueden bastar para establecer que la unión del alma y el cuerpo es substancial. La primera y más directa es el mismo hombre tiene conciencia de pensar y de sentir: “el mismo e idéntico hombre es el que percibe que él entiende y siente” (S.Th. I, 76, 1). Aunque la sensación y el pensamiento sean actos de naturaleza distinta, que se realiza uno por medio de un órgano y el otro sin órgano, pertenecen al mismo yo. Ahora bien, es imposible que un sujeto perciba cómo suyos los actos de otro, de un ser esencial-mente diferente. Pienso yo, yo, que soy un hombre de esta constitución física, de esta talla y de este peso; el hombre que aquí piensa, este hombre cuyos ojos veo parpadear, cuyos labios se mueven, cuyas manos gesticulan.
Descartes podría suscribir estas últimas fórmulas tomadas aisladamente, pues el cogito no dice otra cosa: cada uno experimenta que él mismo es quien entiende. Pero, en el momento en que afirma el cogito, Descartes ha puesto en duda toda realidad física y sensible, de modo que el ego no es más que una res cogitans: «Yo conocí por ello que era una substancia cuya esencia o naturaleza es solamente pensar». En Descartes, el yo es puro espíritu. Mientras que en santo Tomás, que considera los datos sensibles tan evidentes como el pensamiento, el yo, o el hombre, es un ser sensible y pensante a la vez, un animal pensante, podría decirse; el cuerpo forma parte de su esencia.
(iii) Otra observación nos lleva a afirmar la unidad del hombre: es que sus diversas actividades, actividad sensible por una parte y actividad intelectual por la otra, se oponen la una a la otra, se obstaculizan, se frenan y pueden llegar hasta a suprimirse. Por ejemplo, si miramos, sí escuchamos con atención, si experimentamos un dolor vivo, no podemos al mismo tiempo pensar, reflexionar en un problema abstracto; toda la atención está absorbida por la sensibilidad. Inversamente, si estamos absortos en nuestras reflexiones, no percibimos casi nada, y a veces incluso no advertimos nada en absoluto. Es evidente que una oposición tal entre diversas energías psíquicas sólo es posible si derivan de un principio único; si procediesen de principios distintos, el despliegue de una no impediría el de la otra: “diversas fuerzas que no radican en un mismo principio no se impiden una a la otra al obrar. Ahora bien, de hecho vemos que diversas acciones del hombre se impiden una a la otra pues cuando una es intensa la otra disminuye. Por tanto, es necesario que estas acciones y las potencias que son sus principios próximos se reduzcan a un solo principio” (C.G. II, 58).
(iv) Por último, el examen de las actividades sensibles conduce también a la misma conclusión. Es evidente que seres diferentes no pueden realizar la misma acción. Pueden tener una acción común en cuanto al efecto producido, como muchos hombres que tiran de una barca, pero no una actividad una en cuanto al agente que la realiza. Ahora bien, el alma tiene una actividad propia en la que el cuerpo no participa. Pero hay también en el hombre actividades que son a la vez del cuerpo y del alma, como sentir, tener miedo, encolerizarse. Estas actividades psíquicas llevan consigo una modificación física en una parte determinada del cuerpo. De ahí se sigue que el alma y el cuerpo constituyen un solo ser (cf. C.G. II, 57).
El hombre no es, pues, ni un cuerpo, ni un espíritu, sino un ser compuesto de un alma y un cuerpo. Y cuando se dice «un ser», debe entenderse la expresión en su sentido estricto, un ser uno, una substancia.
2. El alma es la forma del cuerpo.
(i) ¿Cómo es posible la unión substancial de un alma espiritual con un cuerpo? Aplicamos aquí el principio que usamos al hablar de la vida en general: si el alma es el principio de ser y de acción del cuerpo, entonces es porque es su forma.
Se considera que dos elementos se relacionan como materia y forma cuando: (a) uno de los dos elementos (la forma) es el principio de la existencia substancial del otro (la materia); y (b) los dos elementos no tienen más que un solο acto de existencia, es decir, no constituyen dos seres, sino uno solo. Esto es lo que se realiza en el hombre. Por una parte, el alma hace existir al cuerpo como substancia viva, le confiere su organización, su unidad, y las mantiene mientras está presente. Y, por otra parte, está unida a él de tal modo, que solamente hay un acto de existencia, constituyendo los dos elementos una sola substancia (C.G. II, 68).
(ii) La forma es el primer principio intrínseco de la actividad de un ser: es aquello por lo que ante todo obra. Y en el hombre, el alma es el principio de todos los actos vitales: nutrirse, moverse, sentir, pensar (S.Th. I, 76, 1).
No hay dificultad para esto en el hecho de que el alma humana sea subsistente, porque se comprende muy bien que lo haga existir estando ella misma dotada de una existencia de orden superior (C.G. II, 68). Así como tampoco es imposible que una forma no sea enteramente absorbida por su función de información, de animación de un cuerpo, sino que tenga, además, una actividad propia en la que el cuerpo no participa. El alma humana no está enteramente «inmersa» en la materia como la forma de los cuerpos brutos, sino que la domina en cierta medida, y en esto consiste su nobleza (S.Th. I, 76, 1).
(iii) Al decir que el cuerpo y el alma se unen como materia y forma estamos diciendo también que el alma humana, por más que sea subsistente, no es una substancia completa: su relación a un cuerpo es esencial:
- Está hecha solamente para informar un cuerpo.
- Necesita de él porque no está dotada de ideas innatas y sólo puede pensar con la ayuda de una sensibilidad que le proporciona los objetos
Por eso Santo Tomás sostiene al mismo tiempo que el alma es una “substancia espiritual”, pero añade siempre que no es “hoc aliquid” (= un ser completo, individual que se basta a sí mismo); es una «parte» del hombre (S.Th. I, 75, 2 ad 1; 4 ad 2).
(iv) El alma se encuentra así situada en los confines de dos regiones ontológicas: el orden de los cuerpos y el orden de los espíritus. Algunos la definen como el “horizonte” o “confín” entre el cuerpo y el espíritu (CG, II, 68).
(v) Esta unión es, para Aristóteles, natural y no, como pensaba Platón, antinatural (como una cárcel). De ahí que, mientras Platón sostiene una visión negativa del cuerpo (y propone una vía de ascesis y escape de la materia), el aristotelismo propone una visión positiva del cuerpo.
(vi) Esta visión también empuja a considerar la muerte como una situación no-natural (lo natural es estar unidos alma y cuerpo) y que hay en el alma separada, un deseo natural de la resurrección de su cuerpo. Así, en una perspectiva aristotélica, el dogma cristiano de la resurrección de los cuerpos, lejos de parecer un escándalo para la razón, como cuando san Pablo lo predicó por primera vez en el Areópago de Atenas, aparece más bien como la realización de un presentimiento obscuro y de un deseo implícito (Verneaux).
Pero este estado de separación del alma si bien es “no-natural”, no es, en cambio, “anti-natural”, por eso no se da una exigencia metafísica de la resurrección: el alma es un ser subsistente y por eso no exige un cuerpo para existir (puede existir sin él) (S.Th. I, 89, 1).
(vii) El alma recibe la individualidad del cuerpo. Según los principios del aristotelismo, cuando un ser está compuesto de materia y de fοrma, los dos elementos tienen una función complementaria: la forma especifica la materia, pero a su vez la materia individualiza la forma. En efecto, en una especie dada, todos los individuos son de la misma especie; tienen, pues, una forma idéntica y solo se distinguen por la materia o, más exactamente, por la “materia cuantificada” (materia quantitate signata). Por ejemplo, ¿qué es lo que distingue dos trozos de hierro?
Únicamente la cantidad de materia, y lo que deriva de la cantidad, a saber, el tamaño, el peso, la figura, el lugar. Lo mismo ocurre en la especie humana. Todos los hombres una misma “humanidad”, lo que significa que sus almas son de misma naturaleza, idénticas en cuanto a la esencia. Las almas se diνersifican en razón de los cuerpos que informan y que son necesariamente diferentes. El cuerpo del hombre tiene, pues, un papel esencial en la constitución de su individualidad. Es su alma la que hace ser hombre y que hace vivir y existir a su cuerpo. Pero su cuerpo es el que lo hace ser este hombre, un yo distinto de todos los demás.
(viii) Una consecuencia importante para la psicología clínica es que no hay propiamente hablando enfermedades puramente mentales, es decir, sin una perturbación física. La enfermedad mental es una perturbación en el funcionamiento de las facultades: si se trata de facultades sensibles como la imaginación, el cuerpo interviene directamente, y si se trata de facultades espirituales cοmο la inteligencia, las causa directamente por mediación de la sensibilidad. Esto vale aunque en muchos casos la enfermedad comience en una idea mental, pero termina luego por perturbar los sentidos internos. Así Jung dice una gran verdad al afirmar que la mayoría de las psicosis que ha encontrado “procedían de una incapacidad para enfocar la vida bajo un ángulο metafísicos”.
Y el alma separada sigue individualizada por su relación, su proporción, su ordenación a un cuerpo determinado. Creada en el momento de su infusión en un cuerpo, es para siempre la forma de este cuerpo, el alma de este hombre.
(ix) Podemos añadir un punto de antropología teológica: esta doctrina ha sido incluida en la doctrina católica en el Concilio de Vienne en 1312 y por el concilio V de Letrán, formando así parte del depósito de la fe. El Catecismo de la Iglesia resume este punto en el n. 365 [2].
3. En cada hombre hay un alma y sólo una
(i) Ante todo, en cada hombre hay un alma (S.Th, I, 76, 2). Algunos comentaristas árabes de Aristóteles (por ejemplo, Averroes) pensaban que había un solo intelecto para todos los hombres, lo que equivale a una sola alma para todos. Algunos escritos modernos de la New Age sostienen lo mismo al hablar de una “conciencia cósmica” o de una especie de “conciencia colectiva” o una especie de alma universal de la que todos no somos sino centellas desprendidas provisoriamente hasta volver a unificarnos con ella. Si esto fuera así todos los individuos serían idénticos en cuanto al ser y solo se distinguirían por notas accidentales, como llevar una túnica o capa; el yo no tendría realidad y la conciencia de sí mismo, que todos tenemos, solo sería una ilusión.
(ii) Y en cada hombre hay una sola alma (S.Th., I, 76, 3). Porque cada hombre es una substancia; si hubiese varias almas en un mismo individuo, aunque una fuese un alma vegetativa, otra un alma sensitiva y otra un alma intelectiva, tendríamos tres substancias distintas cuya unión no sería más que accidental y sucedería que:
- Una viviría
- Otra sentiría pero no viviría (este sería acto de la primera)
- Otra pensaría pero no viviría ni sentiría
Debemos, en cambio, decir que hay una sola alma que cumple todas estas funciones inferiores.
4. El alma está presente entera en todo el cuerpo y en cada del cuerpo.
(i) El alma no es extensa; por tanto no está circunscripta por el cuerpo(S.Th. I, 76, 8). De ahí que no “esté en” ningún lugar porque esto no corresponde a las cosas inmateriales. Por eso mejor que decir que el alma está “en” el cuerpo sería decir que está presente “al” cuerpo.
(ii) Pero le está presente porque es precisamente su acto y su forma: lo hace ser y obrar, lo anima y lo vivifica en todos sus órganos. Y está presente entera en cada parte del cuerpo porque ella misma no tiene partes. Pero ello no implica que esté presente en todas las partes del cuerpo del mismo modo y según la totalidad de sus energías; por el cοntrario, está presente en cada una del modo que le conviene, es decir, según el modo de ser y de acción de esta parte. Y, por otra parte, anima primero al cuerpo tomado como un todo, porque es él que constituye su materιa propia y proporcionada; anima sus diversas partes secundariamente, en la medida en que éstas están ordenadas al conjunto.
5. En el hombre el alma “asume de modo eminente” las formas inferiores vegetativas y sensitivas [3]
(i) Con esto queremos decir, ante todo, que la animalidad está en la humanidad perfeccionadamente, es decir, la forma humana (el alma) contiene las perfecciones propias del animal (el ser sensitivo) pero sobreelevando esas perfecciones a un nivel más alto.
La animalidad, por hallarse en la humanidad, recibe un perfeccionamiento intrínseco. Da mucho más de sí que cuando se da en el solo animal. El ojo humano ve más perfectamente que el del animal, aunque llegue menos lejos, porque ve entendiendo y captando significados.
(ii) Además, todo en el hombre es humano, también su animalidad. Nada hay de animal como tal en el hombre. Su sensibilidad se racionaliza y su afectividad se hace espiritual.
(iii) La maravillosa unidad del cuerpo y el alma no es una unidad cualquiera sino que proviene de la posesión del cuerpo por parte del alma, de la asunción eminente, perfeccionante, que las potencias de la forma espiritual realizan de las potencias corpóreas. La animalidad está en nosotros transmutada, es una animalidad que se espiritualiza sin dejar de ser animal. Sin esta visión la antropología se pierde en un espiritualismo descarnado, dualista, o se hunde en el materialismo biologista.
(iv) Pero esta asunción eminente no se da tan perfectamente que no queden tensiones. En toda personalidad hay sectores que no están plenamente integrados que explica que haya desequilibrios al menos esporádicos incluso en personas que parecen muy armónicas y maduras. De todos modos, incluso en quienes tienen problemas lo que más resalta es la unidad fundamental y trascendente de la persona que no pueden borrar estos desequilibrios.
_____________________________
NOTAS
[1] Las primeras cuatro tesis las tomamos casi literalmente de Verneaux, Roger, Filosofía del hombre, 222-229.
[2] “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza” (Catecismo de la Iglesia, n. 365).
[3] Tomamos esto de Pithod, A., El alma y su cuerpo, Buenos Aires (1994), 54-62.