III. ORIGEN DEL ALMA
1. Los “imposibles” orígenes del alma
Debemos afirmar, como “tesis negativa” que el alma humana no puede proceder de sus padres. En efecto:
(i) El alma de un niño no puede proceder del cuerpo de sus padres, porque es espiritual. Dice Santo Tomás: “es imposible que la virtud (= capacidad, fuerza) activa que está en la materia extienda su operación a la producción de algo inmaterial” (S.Th., I, 118, 2).
(ii) No puede proceder tampoco del alma de sus padres, porque estas son simples y no pueden dividirse para dar origen a otras almas.
2. El alma humana es creada inmediatamente por Dios
Como afirmación positiva solo queda la posibilidad de que esta sea creada inmediatamente por Dios.
(i) Tenemos que afirmar esto porque toda generación se produce o de la materia (ex materia), o de la nada (ex nihilo). Pero un espíritu no puede proceder de una transformación de la materia. Por tanto, nos vemos obligados a sostener que es sacado de la nada, lo que equivale a decir que es creado (cf. Santo Tomás, De Potentia 3, 9).
Esta creación, sin embargo, no es un milagro. Porque un milagro es una derogación de las leyes naturales, mientras que la creación del alma es según las leyes naturales: es natural que un hombre engendre a un hombre, incluso si esta generación requiere una intervención especial de Dios. Esta idea permite apreciar en su justo valor la nobleza y dignidad del alma humana: cada una de ellas resulta de una voluntad particular, de un acto de amor único de Dios.
(ii) Decimos, además, que es creada inmediatamente por Dios. Con lo que afirmamos que Dios no se sirve de ningún intermediario para la creación del alma. En la antigüedad hubo quienes afirmaron que el alma es creada por Dios mediante la acción de los ángeles (así, por ejemplo, Avicena, Algazel, los seleucianos, Domingo Gundizalino, etc.). Pero esto es imposible porque decir que es creada es equivale a afirmar que es creada inmediatamente por Dios, sin mediadores (sean ángeles o demiurgos), ya que hablar de la ministerialidad en la producción del alma es imposible filosóficamente y contrario a la fe, pues sólo puede ser producida por creación, y el crear es un acto exclusivo de Dios (sólo el Primer Agente puede obrar sin presuponer ninguna materia preexistente; el agente segundo supone siempre algo que le viene del primero) (S.Th., I, 90, 3).
(iii) También afirmamos que las almas no preexisten al cuerpo, como sostuvieron algunos; por ejemplo, Platón, seguido por Orígenes. Primero, porque no hay ningún argumento en favor de la hipótesis. Platón invoca la «reminiscencia»: Un joven esclavo cuyo dueño garantiza que no ha aprendido la geometría, hábilmente interrogado por Sócrates, halla una serie de teoremas; es, pues, que él ya sabía la geometría antes de su nacimiento y que su alma existía antes de estar unida a un cuerpo. Pero basta leer el Menon para darse cuenta de que Sócrates sugiere al niño todas las respuestas que debe dar: «¿No crees tú, niño, que...?) Por otra parte, porque existen motivos para negar la preexistencia. Desde el punto de vista teológico, la Iglesia ha condenado la teoría de Orígenes (Dz 203). Desde el punto de vista filosófico, si el alma es por naturaleza la forma de un cuerpo no tendría razón de ser si existiese antes de vivificar un cuerpo. La preexistencia se comprendería si el alma fuese una sustancia completa, un puro espíritu, no solo capaz de existir sin el cuerpo, sino que no tuviese naturalmente relación con un cuerpo. Es, pues, si no imposible, al menos improbable, inconveniente, la hipótesis contraria (cf. S.Th., I, 90, 4).
3. El momento de la infusión del alma
Admitamos, pues, que el alma es creada en el momento en que es infundida en un cuerpo. Pero ¿en qué momento tiene lugar esto? La posibilidad es que sea infundida en el momento de la concepción o más adelante, cuando se llegue a cierto grado de desarrollo del embrión. Sobre esto podemos sentar una serie de tesis complementarias.
(i) Ante todo una tesis de ética: para las implicaciones éticas no hay diferencia entre las dos posibilidades, porque la obligación ética es la misma: la vida de ese ser, desde el momento de la concepción, es inviolable. Ya sea que se acepte la antigua teoría del preformismo (que creía que desde el primer instante había un ser humano adulto microscópico), ya se acepte la teoría de la infusión inmediata (puesto que entonces es un ser humano con un alma humana, auque aún no se hayan desarrollado los distintos órganos corporales), o ya sea que se sostenga una animación retardada, porque en este caso vale el principio dado en la antigüedad por Tertuliano: “Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo” [1]. Por eso los medievales que aceptaron la teoría de la animación retardada consideraban igualmente un crimen el asesinato del ser que se estaba formando por más que este tuviese lugar antes de recibir el alma humana [2]. Por eso, en esta misma línea Juan Pablo II afirmó en la Evangelium vitae, que “bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano” (n.60).
Precisamente, porque incluso en el caso de que no se acepte la animación inmediata, es decir, que el alma humana es infundida por Dios en el mismo momento de la concepción, permanece la obligación estrictísima de respetar plenamente la vida del embrión humano, es que los documentos del magisterio, cuya finalidad principal es la tutela absoluta de la vida humana, dejan de lado deliberadamente la cuestión de la animación y, consecuentemente, del carácter personal del embrión, concentrándose en insistir en que incluso para quien no acepte este planteamiento rige la obligación del respeto absoluto. Si se instara en apoyar este respeto sobre el carácter personal del embrión y se determinase que éste se deriva del alma racional de este ser humano, se dejaría todo servido para que, como suele decirse, se desvíe la atención a una discusión entre filósofos (si puede o no puede probarse la presencia del alma en el primer instante de vida), dejando al embrión, mientras tanto, en un estado de total indefensión.
Esto ha de tenerse en cuenta para no pedir a los documentos del magisterio textos donde se determine de modo directo que el embrión es persona desde el primer instante; aunque lo dejan insinuado.
(ii) En segundo lugar, una tesis de embriología: desde el punto de la embriología hay que decir que, desde el primer instante de la concepción, es decir, en el momento de la singamia (fusión de los núcleos del espermatozoide y del óvulo) hay un nuevo individuo perteneciente a la especie humana, es decir, con un patrimonio genético humano completo y en condiciones de comandar por sí mismo todo el ulterior desarrollo del embrión, del niño y del adulto. La ciencia está en condiciones de afirmar que no habrá de allí en adelante ningún cambio sustancial, ni ningún traspaso del centro de comandos de todos los procesos (el genoma humano de este individuo) a otro centro que se haga cargo del mismo. La aparición posterior del sistema nervioso no cambiará este dato, porque la misma formación del sistema nervioso estará determinada intrínsecamente por las fuerzas proyectivas del patrimonio genético de ese individuo. Ese individuo seguirá siendo individuo incluso en el caso en que una de sus células se separe y comience un proceso independiente formándose, a partir de ella, un nuevo individuo, como ocurre en los gemelos monocigóticos. Y ese individuo original, como el nuevo individuo que se forma a partir de una de sus células en la división gemelar, pertenecen plenamente a la especie humana, teniendo desde el primer instante el mismo genoma humano que conservarán por toda vida y por el cual serán siempre reconocidos como genéticamente humanos.
(iii) En tercer lugar, una tesis propiamente filosófica: a partir de esos datos científicos puede inferirse el carácter personal del embrión. Más aún, debemos decir que los datos biológicos que la ciencia está en condiciones de ofrecernos en nuestros días, nos permiten reconocer una presencia personal en el embrión humano, desde el mismo momento de la concepción.
Efectivamente: “Los conocimientos científicos sobre el neo-concebido en su primerísima fase de existencia unicelular (el zigoto) nos permiten tener la certeza de que se trata de un nuevo ser humano, diverso y distinto de sus padres: nos encontramos ante un cuerpo de un ser humano, desde el momento que su genoma es humano, como es humano el diseño-proyecto en él inscrito [3]. El neo-concebido es un sujeto irrepetible de la especie humana, caracterizado por una específica individualidad, que, conservando siempre su identidad, prosigue su propio ciclo vital (supuestas todas las condiciones necesarias y suficientes) bajo el control autónomo del sujeto mismo, que se autoconstruye en un proceso altamente coordinado, dictándose a sí mismo las direcciones de crecimiento según el programa de ejecución inscrito en su propio genoma. El neo-concebido humano mantiene en cada fase evolutiva la unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad, sin saltos de cualidad y de naturaleza. Su desarrollo manifiesta, desde su inicio, el finalismo intrínseco de la naturaleza humana: la gradualidad del proceso biológico está orientada teleológicamente, según una finalidad ya presente en el zigoto. No se da un estadio de su desarrollo cualitativamente diverso o separado del proceso global iniciado en el momento de la concepción. Por ello, desde este momento nos encontramos siempre ante el mismísimo ser humano” [4].
No se puede esperar otro dato que sería, en todo caso, accidental y complementario, pero no sustancial. La personalidad no puede estar determinada por una cuestión temporal (tener tantos días de existencia), ni por una localización (estar anidado en el útero o en camino hacia él), ni por una relación extrínseca al sujeto (ser aceptado o rechazado por sus progenitores), ni por la aparición de un órgano particular (ni siquiera el cerebro), no por un estado particular (como es la autoconciencia). Todos estos elementos son cualidades y accidentes de la persona, pero no son la persona. Como dice Robert Spaemann, se da un solo criterio para el ser persona: la pertenencia biológica a la especie humana: “El ser de la persona es la vida de un hombre. (...) Y por ello persona es el hombre y no una cualidad del hombre” [5].
Por tanto, si en el caso de le embrión apenas concebido estamos ante un individuo perteneciente con todo rigor a la especie humana, autónomo en su proyecto individual (o sea, en el plan evolutivo que desenvolverá con rigor matemático a lo largo de los días, meses y años siguientes), aunque no sea autónomo en su subsistencia (y no lo será tampoco por un buen tiempo después de nacido), entonces es una persona humana. Si no lo es ahora, ¿por qué habría de serlo más adelante? ¿Es la persona algo tan accidental que pueda ser “producido” por un mero accidente local o temporal? De ahí el juicio que redondea las reflexiones de todos los documentos citados, a pesar de no querer entrar en disquisiciones metafísicas: “No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces” (Declaración De abortu procurato), “¿Cómo un individuo humano podría no ser persona humana?” (Instrucción Donum vitae Enc. Evangelium vitae, Declaración Dignitatis personae).
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NOTAS
[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre el aborto provocado, 13.
[2] Pueden verse los textos patrísticos en la declaración De aborto procurato, de la Congregación para la Fe (año 1974), n. 7; resumiéndolos dice: “a lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han enseñado la misma doctrina [la ilicitud del aborto], sin que las diversas opiniones acerca del momento de la infusión del alma espiritual en el cuerpo hayan suscitado duda sobre la ilegitimidad del aborto”). Quienes han estudiado las implicaciones de la doctrina de Santo Tomás sobre este tema afirman que él, aún sosteniendo la animación retardada, no aceptó la licitud del aborto en ninguna etapa en razón del principio que sostiene que “lo que la naturaleza intenta, lo intenta Dios a través de ella”; por tanto interrumpir el proceso biológico de un ser humano es intentar impedir la aparición de una vida humana querida por Dios, y será, así, un atentado contra una vida humana, ya sea directo (si ya ha sido infundida el alma) o indirecto (si aún no hubiese sido infundida); en esto Santo Tomás y los antiguos moralistas se guiaban por el principio: “vida probable, vida cierta”, queriendo decir mientras haya seria probabilidad de que exista vida humana personal, hay que comportarse como si existiera total certeza, por el riesgo que implica exponerse conscientemente a cometer un homicidio (sobre esta posición de Santo Tomás puede verse Basso, Nacer y Morir con dignidad, Bs. As. [1989], 107-108; Giovanni di Giannatale, La posizione di San Tommaso sull’aborto, Rev. Doctor Communis [1981], n. 3; 296-311).
[3] Cf. A. Serra - R. Colombo, Identity and Status of the Human Embryo: The Contribution of Biology, en J. Vial Correa - E. Sgreccia (eds.), Identity and Statute of Human Embryo, LEV, Città del Vaticano 1998, 128-177.
[4] Melina, Livio, El embrión humano: Estatuto biológico, antropológico y jurídico, Universidad de Navarra, «Jornadas Internacionales de Bioética», Pamplona, 21-23 octubre.
[5] R. Spaemann, Personen. Versuche über den Unterschied zwichen «etwas» und «jemand», Klett-Cotta, Stuttgart 1996, 264; citado por Melina, op. cit.
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