VI. LOS SENTIDOS EXTERNOS
(Cf. S.Th, I, 78)
“La función de los sentidos [externos] consiste en poner al ser vivo en relación con el mundo físico en que tiene que vivir, y al que, para vivir, tiene que adaptarse” (Verneaux).
(i) Se distinguen tradicionalmente cinco sentidos externos: vista (sentido de los colores), oído (sentido de los sonidos), gusto (sentido de los sabores), el olfato (sentido de los olores) y el tacto (sentido de la resistencia).
El sentido del tacto, sin embargo, es más bien un género que se divide en varias especies ya que tiene sus órganos receptores en las terminaciones nerviosas. Se divide en: sentido del tacto interno propiamente dicho (contactos y presiones que sentimos en las mucosas de los tubos digestivos, respiratorios, etc.), sentido kinestésico (sensaciones de movimiento), sentido de resistencia (sensaciones de modificación de nuestros órganos por presiones externas), sentido del esfuerzo (sensación de tensión muscular), sentido del equilibrio, etc. [1]
(ii) El sentido es una facultad, una capacidad de realizar actos. Es una potencia pasiva, aunque esto no significa que sea pura pasividad, sino que tiene poder de actuar. Kant, en cambio, decía que la sensibilidad es pura pasividad (“receptividad de impresiones”). Es pasivo en el sentido de que solo entra en acción si es movido (excitado) desde afuera: “el sentido es una potencia pasiva a la que es natural ser movida por el sensible exterior” (S.Th., I, 78, 3).
Dice Verneaux que no es ni material ni espiritual: “No es puramente material, corporal, no se reduce al órgano. En efecto, si el órgano no está animado, a pesar de ser excitado, no proporcionará sensación. El sentido tampoco es espiritual. El funcionamiento de los órganos no es sola mente una condición de la sensación, es constitutivo de la sensación. Esta es el acto de un órgano. La prueba que santo Tomas da es que la intensidad de la excitación altera el sentido. «lo sensitivo recibe la acción de lo sensible por la mutación corporal» (S.Th. I, 75, 3 ad 2). Comparemos, por ejemplo, el deslumbramiento del ojo ante el sol y el deslumbramiento de la inteligencia ante un principio evidente: el ojo queda ciego durante un cierto tiempo, mientras que la inteligencia conserva toda su actividad. De ahí se sigue el principio: sentir es propio del compuesto. La fórmula completa es: «Sentir no es propio del cuerpo ni del alma sino del compuesto [de cuerpo y alma] (S.Th. I, 71 5). Hay que descartar, pues, el esquema cartesiano, que se ha hecho clásico: la cosa produce una impresión sobre un cuerpo vivo, es decir, animado, y esta impresión provoca una reacción original del ser vivo que es la sensación. No obstante, el sentido puede recibir el nombre de facultad del alma porque es el alma la que da vida al cuerpo y por lo tanto la posibilidad de sentir. Ella es la raíz de la sensibilidad” [2].
(ii) El objeto de los sentidos externos. Cada uno de los sentidos externos o sensorios se especifica por su objeto propio, que es llamado “sensible propio” y es la “cualidad” que es captada exclusivamente por un sensorio (el color por la vista, el sonido por oído, etc.). Este es el objeto formal estricto de un sentido; por este objeto propio se distinguen los distintos sentidos externos.
Aquellas cualidades que son captadas por más de un sensorio (el movimiento, el reposo, el número, la figura y la grandeza) se denominan “sensibles comunes”. Los sensibles propios junto a los sensibles “comunes” conforman lo que se llama “sensible per se” o directo (y que son los objetos que ejercen influjo real sobre los órganos de los sentidos externos).
En cambio, se llama “sensible per accidens” –o indirecto– al objeto que no es captado propiamente por el sentido pero que, sin embargo, es conocido en cuanto concomitante a lo que es sentido (por ejemplo cuando decimos que sentimos “el auto” al oír el ruido del motor). El sensible “per accidens” en realidad no lo percibe el sentido sino que lo añade el espíritu al objeto directo; “es el conjunto de los elementos no-sentidos que el espíritu sintetiza a lo que se ha sentido, de tal modo que prácticamente resulta indiscernible [de él]” (Verneaux).
Sensible:
1. Per se:
a. Propio: cualidad captada exclusivamente por un sensorio.
b. Común: cualidad captada por más de un sensorio.
2. Per accidens: objeto captado como concomitante a lo que es sentido.
(iii) El acto de los sentidos: la sensación. La sensación es un fenómeno psíquico que consiste en un acto de conocimiento que nos da información real sobre objetos reales; no capta la esencia de las cosas sino sus accidentes externos; ese conocimiento se denomina “intencional” porque hace referencia (tendere-in) a un objeto. Es un conocimiento inmediato e instantáneo. En la sensación el objeto obra inmutando el sensorio, que recibe esa acción al modo de su naturaleza (quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur) produciendo una “especie impresa sensible”, y el sensorio reacciona conociendo, pero no la especie sino que, mediante esta, conoce el mismo objeto que lo inmutó.
(iv) Sentidos y educación: los sentidos externos no pueden educarse propiamente (es decir, creando en ellos hábitos operativos), pero pueden hasta cierto punto entrenarse, en la medida en que la voluntad puede moverlas a obrar con mayor atención (por ejemplo, cuando nos esforzamos en ver mejor, en oír mejor, etc.) (S. Th., I-II, 50, 3 ad 3).
(v) Psicoterapia y sentidos externos: a menudo la psicoterapia tendrá el cometido de ayudar al paciente para que este entrene y maneje serenamente sus sentidos externos, ya que muchos problemas nacen de un uso incorrecto de sus sensaciones y la solución de muchos problemas dependerá de un buen funcionamiento de su sensibilidad correctamente reeducada. Proponemos para esto la reeducación de la receptividad-emisividad, según el método de Irala (que lo toma del Dr. Roger Vittoz) [3].
NOTAS
[1] Cf. Genta, Curso de Psicología, 186-189.
[2] Verneaux, R., Filosofía del hombre, 58.
[3] Irala, Control cerebral y emocional, cap. II-IV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario